Prescindir de corbata ha sido un gesto recurrente entre los políticos progresistas. También es un rechazo al excesivo formalismo de los rituales burgueses. Incluso de revisionismo histórico.
Tsipras le rió la gracia y aceptó la corbata con elegancia, pero se mantuvo en sus trece. No en vano alguien con mucha más autoridad estilística que Tsipras, Vanessa Friedman –la editora de moda del The New York Times– calificaría al día siguiente su postura como “un ejemplo paradigmático de puesta en escena política”. “El mensaje es claro: te seguiré el juego cuando tú me lo sigas a mí”, explicaba la periodista estadounidense.
Hay mucho de gesto vanguardista en el sincorbatismo, igual que lo hubo en el sinsombrerismo que, en el Madrid de los años veinte, llevó a artistas como Maruja Mallo o Federico García Lorca a caminar con la cabeza descubierta por las calles más elegantes de Madrid
Desde luego, esta actitud tiene un poderoso valor simbólico al que se han adherido otros destacados miembros del ejecutivo griego. La divergencia de opiniones entre el Canciller de Hacienda británico, George Osborne y el flamante nuevo Ministro de Finanzas griego, el economista Yanis Varoufakis, tuvo su correlato en el enfrentamiento simbólico entre la impecable sastrería de Savile Row del primero y la combinación de camisa azul eléctrico y chaqueta de cuero del segundo. A partir de ahí, las posibles extrapolaciones son casi infinitas, porque la fuerza del gesto radica en su rechazo a aspectos que otros dan por sentados. Por ejemplo, que un político europeo ha de vestir como han vestido los políticos europeos desde finales del siglo XIX, cuando los oropeles aristocráticos dieron paso a la austeridad lujosa de los banqueros. O que Grecia debe pagar la deuda.
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Cuando el presidente uruguayo Jose Mújica la define como “un trapo miserable que se transformó en coquetería masculina” y “una servilleta bien incómoda”, improvisa una lección de Historia del Traje aunque aluda al calor
El calor fue, precisamente, el origen de uno de los rifirrafes más mediáticos del verano de 2011, cuando el entonces Ministro de Industria Miguel Sebastián se presentó en el hemiciclo sin corbata, para disgusto del presidente del Congreso, José Bono, que le afeó su falta de respeto a los ujieres que estaban obligados a llevar corbata. Miguel Sebastián respondió regalándole un termómetro y una ristra de datos energéticos. En el imaginario colectivo estaba, quizás, la evolución estilística de Felipe González, que para muchos perdió sus raíces de izquierdas cuando comenzó a sustituir la chaqueta de pana y la camisa de cuadros por la sastrería y la corbata. Si el referéndum de la OTAN vino en traje y corbata, no es raro que Tsipras haya rechazado sin dudarlo el obsequio (pulla incluída) de Renzi. Hay regalos envenenados, y los griegos conocen el mito de Medea lo suficiente para suponer que, en ocasiones, las corbatas pueden convertirse en sogas
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